El miedo: En la experiencia traumática

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Michael Picco

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El afecto predominante en una experiencia traumática es el miedo. Para explicar en qué consiste este afecto vivido intensamente en el trauma, es preciso primero diferenciarlos de otros tipos de miedo que experimentan las personas en circunstancias no traumáticas. 

El miedo puede expresarse en una vivencia no traumática, como un estado de agitación y nerviosismo, que se puede definir como un estado ansioso, donde se teme a la expectativa de un futuro terrible. Bajo este afecto, las personas no saben que les pasará después, imaginan las peores de las situaciones y confrontaciones con el otro. Por ejemplo ante la posibilidad de perder un empleo, un amor, el dinero, la vivienda, alguna facultad psíquica (miedo a enloquecer) entre otras. 

Otro tipo de miedo que ocurre sin la vivencia de un evento traumático, se experimenta como consecuencia del retorno de los terrores infantiles, provocando constantes sentimientos de angustia y la incapacidad de nombrar el objeto atemorizante, porque este ha quedado olvidado, reprimido. En este tipo de miedo la persona desplaza a otros objetos insignificantes el valor y la carga emocional que antes había puesto en el objeto original.  Por ejemplo el caso de una mujer que sin motivos aparentes empieza a percibirse amenazada, perseguida y observada cada vez que sale de su casa, sintiendo que es asechada por un otro al cual no sabe darle un rostro, una identidad y una figura, pues nunca lo ha visto y ocupa el lugar de cualquier extraño. Esta sensación de la mujer es la reanudación de un terror infantil olvidado, de un hombre que la seguía y le gritaba obscenidades al salir del colegio y al cual le tenía un terror indescriptible. 

El afecto de miedo, que se genera en una experiencia traumática tiene cualidades muy distintas a las anteriores. Una persona que ha pasado por la experiencia de la guerra o de la violencia en carne propia, donde su existencia y la de su familia se ha visto en riesgo y donde le ha tocado ver, oír y sentir la muerte de cerca, vive una experiencia de verdadero terror, que trae como consecuencia la total descompensación de sus facultades psíquicas, que son atravesadas por el afecto de un miedo intenso, que se experimenta en forma de angustia cada vez que rememora consciente o inconscientemente el evento trágico.   

El traumatismo aparece como la consecuencia de un afecto repentino de miedo que no puede ser dominado, que la persona no controla con sus facultades psíquicas y queda fijada por la excitación producida por esta emoción. La tensión que se produjo con el encuentro con el evento, persiste y se manifiesta en síntomas, lo que indica que el afecto no ha sido eliminado y permanece activo en la vida psíquica de la persona. La persona que queda sometida bajo este intenso afecto de miedo, experimenta un aumento anormal de las funciones de los órganos sensoriales en especial aquellos que comprometen la vista y la audición; así una sombra de un objeto cualquiera puede ser percibida como una persona amenazante y un ruido ligero puede ser escuchado con la intensidad de una explosión. Es decir una luz o un ruido que se produzca de manera repentina pueden generar en la persona sobresaltos y tensión. Estos traumatismos de repetición al igual que las pesadillas después del trauma son una forma de reparación, de curación, que se entienden solo en la experiencia personal y en la terapia psicológica. 

La perturbación psíquica es generada no necesariamente por un solo evento trágico impactante, sino también por la suma de las tensiones, esfuerzos, privaciones y el estado de ansiedad inherentes a la experiencia. Por ejemplo la vivencia por la que pasa una persona sometida a constantes conflictos de guerra. En otras palabras la persona experimenta repetidos traumatismos.

Otra de las características, es que la persona que vive el trauma, reacciona con angustia ante la posibilidad de la repetición del mismo, genera acciones y formaciones sintomáticas que puedan evitar la reiteración de dicho evento. 

 Síntomas generales que puede padecer una persona que experimenta uno o varios eventos traumáticos. 

 

  • Perturbaciones en el sueño: Dificultad para dormir, sueños ligeros, pesadillas generadoras de estados de angustia ya que reviven el evento trágico.
  • Anhedonia: Dificultad para experimentar placer en las actividades cotidianas, perdida de excitación sexual o disminución de la libido. 
  • Hiperestesia de los órganos sensoriales: En especial la fotofobia y la hiperacusia. 
  • Manifestaciones corporales: en casos extremos la persona puede experimentar parálisis, dificultad en la marcha, pérdida de conocimiento, incapacidad de caminar o mantenerse en pie, temblores, afonía, mutismo, regresión a etapas evolutivas anteriores. 
  • Angustia acompañada de fobias (agorafobia, claustrofobia etc.)
  • Ansiedad: palpitaciones, sudoración y aceleración del pulso 
  •  Perdida de la confianza en sí mismo. 

Estos síntomas que padecen las personas que viven un evento traumático son la expresión de los intentos y esfuerzos de curación, las vías de descarga de la tensión del afecto de miedo por las que atraviesan las personas para restablecer el equilibrio psíquico. Es necesario ser acompañado de un profesional y una adecuada red de apoyo, para reconstruir la experiencia personal, la regulación física y emocional y generar sentido de vida, sin anular los síntomas ni la experiencia dolorosa.

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